El trato con Laura I - Adictiva Bodyswap

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lunes, 25 de agosto de 2025

El trato con Laura I

... Dios, cómo ha cambiado mi vida ese trato. Ella, una MILF de manual, rica hasta decir basta, con esa aura de mujer sofisticada pero hueca, como una burbuja a punto de estallar. Casada, aparentemente feliz, pero con una necesidad imperiosa de escapar, que la llevaba cada semana al diván de su psicólogo. Fue él, el muy zorro, quien le sugirió "expandir sus horizontes", probar algo radical. Y ahí fue donde aparecí yo, el tipo despreocupado que se cruzó en su camino.


La noche que conocí a Laura fue después de una fiesta donde había intentado, sin éxito, algo serio con una chica. Estaba frustrado, con esa sensación de vacío que te deja un intento fallido de conexión. Y entonces, ¡bam!, Laura y su maldito latte descafeinado. Tropecé con ella y el líquido caliente empapó mis pantalones. Su disculpa fue casi automática, invitándome a su mansión para cambiarme.


La casa... joder, la casa. Un palacio moderno con vistas a la ciudad, una colección de arte que valía más que mi vida entera y una decoración minimalista que gritaba "dinero". Ahora, claro, todo eso es mío. O al menos, lo es mientras dure este juego perverso.


Supongo que le gustó mi estilo, mi descaro. Conversamos un rato, mientras secaba mis pantalones con un secador que parecía sacado de una nave espacial. Ella preguntaba, yo respondía con esa mezcla de cinismo y despreocupación que siempre ha sido mi marca. No pensé mucho en ello después, la verdad. Una aventura casual, una anécdota para contar.


Pero Laura no era casual. Unas semanas después, me contactó. Una propuesta indecente, un cheque en blanco a cambio de unos días. Un intercambio de cuerpos. Al principio pensé que estaba loca, que era una broma pesada. Pero luego vi el brillo en sus ojos, la desesperación disfrazada de curiosidad. Y el precio... el precio era demasiado tentador para rechazarlo.


Así que lo hicimos. Un procedimiento extraño, una mezcla de ciencia y misticismo que me dejó mareado y confundido. Y de repente, estaba allí, mirándome en el espejo, pero con el cuerpo de Laura.


Al principio fue extraño, muy extraño. Caminar con tacones, sentir el peso de sus pechos, la suavidad de su piel. Pero pronto, muy pronto, empecé a disfrutarlo. El poder que emanaba de su imagen, la forma en que los hombres la miraban, la seguridad que daba saber que tenía el control.


Y luego estaba el dinero. Sus tarjetas de crédito, su cuenta bancaria, la libertad de comprar lo que quisiera sin tener que preocuparme por el precio. Empecé a gastar, a comprar ropa cara, a comer en restaurantes lujosos, a vivir la vida que siempre había soñado.



Pero lo que más me excitaba era descubrir su cuerpo. Pasaba horas frente al espejo, explorando cada curva, cada cicatriz, cada rincón. Me compraba lencería fina, conjuntos de seda que apenas cubrían lo necesario, y me excitaba solo con la idea de que alguien me viera así.


Anoche, por ejemplo, me puse uno de sus baby dolls de encaje negro, tan transparente que dejaba ver mis pezones erectos. Me maquillé los labios de rojo intenso, me puse un poco de perfume caro y me senté en el borde de la cama a esperar. 


La promesa de contacto diario era una formalidad, una manera de mantener las apariencias para Laura. Pero la verdad era que cada llamada se volvía más incómoda. Ella preguntaba por su vida, por su marido, por sus amigas... y yo me limitaba a responder con evasivas, intentando sonar como ella, pero sintiendo que estas evaluaciones me hacían perder un tiempo precioso.


Porque, joder, sí, me estaba gustando esto. Demasiado, quizás. El cuerpo de Laura, al principio una jaula extraña, se estaba convirtiendo en mi hogar. Esos muslos generosos, esas caderas anchas que antes me habrían parecido ajenas, ahora me resultaban sensuales, excitantes. El pelo largo, que requería horas de cuidado, se había convertido en una cascada sedosa que me encantaba sentir entre mis dedos.


Y sus pechos... Dios, sus pechos. Esa sensibilidad extrema, la forma en que el roce más ligero en mis pezones desataba una ola de placer y excitación que como hombre nunca había experimentado. Era algo nuevo, adictivo, una droga que me hacía querer más.


Pero lo más complicado de todo era Rogelio, su marido. Un buen tipo, simpático, atento... y completamente ajeno a la verdad. Me trataba con cariño, intentando complacerme, llevándome el desayuno a la cama, regalándome flores. Me besaba con deseo, con una necesidad que podía sentir en cada contacto de sus labios con los míos.


Me había robado unos cuantos besos en estos días, besos suaves al principio, pero que cada vez se volvían más intensos, más demandantes. Era evidente que quería más, que anhelaba volver a intimar conmigo. Y yo, aunque me sentía culpable, no podía evitar sentir una punzada de excitación ante la idea.


Experimentar el sexo como mujer... la idea me resultaba perturbadora y excitante a partes iguales. Sentir su cuerpo sobre el mío, sus manos acariciándome, su aliento en mi cuello... era una fantasía que me consumía por dentro. Pero Rogelio no lo estaba poniendo fácil. Cada vez que intentaba ir más allá, se bloqueaba. Su erección fallaba, dejándolo frustrado y avergonzado.


Yo lo entendía. La presión de ser el hombre, la expectativa de rendimiento, la carga de la masculinidad. Era algo con lo que yo mismo había lidiado incontables veces. Pero ahora, desde el otro lado, podía ver su vulnerabilidad, su inseguridad. Y eso, paradójicamente, me excitaba aún más.


Pero hoy tenía un plan. Un plan para él, para mí, para nosotros. Había preparado un ambiente especial en la habitación, velas aromáticas, música suave, una botella de vino tinto. Me había puesto uno de sus vestidos más sensuales, uno de seda roja que se ajustaba a mis curvas como una segunda piel.



Hoy era el día. El último día. Y no iba a desperdiciarlo. Anoche, le había dicho a Rogelio que tomara el día libre. Una sorpresa, un regalo de aniversario improvisado. Le dije a la sirvienta que no viniera, que hoy yo me encargaría de atender a mi marido.


Preparé el desayuno con esmero, huevos revueltos, tostadas con mermelada, fruta fresca. Y, discretamente, diluí en su agua y en su jugo varias pastillas de viagra. No podía evitar sentirme nervioso, excitado, culpable. Verlo consumir toda la comida, sin sospechar nada, me provocaba una mezcla de placer y remordimiento.


Después, me fui a arreglar. Quería estar perfecta, irresistible. Elegí un babydoll blanco de encaje, con un diseño delicado que me hacía sentir sumamente sexy. Me maquillé con cuidado, resaltando mis labios con un rojo intenso. Me rocié con su perfume favorito, uno que siempre lo volvía loco.


Estaba a punto de invitar a Rogelio a subir a la habitación cuando sonó el teléfono. Una llamada interrumpió mi atención, justo cuando la excitación empezaba a apoderarse de mí. Era Laura.


—¿Dónde rayos has estado, pendejo? —Su voz sonaba histérica, furiosa—. Te dije que tendríamos contacto continuo.

—Ahh, es que arruiné su celular y ahora ya no sirve, señora Lau —respondí con un tono coqueto, burlón. Mientras disfrutaba tocándome mis carnosos muslos y piernas sintiendo ese suave desliz entre mi piel y mis tacones.

.

—Jajá equis , ¿cómo le ha ido con el odioso de Rogelio? Lo bueno es que siempre llega tarde del trabajo, es lo único para lo que sirve.


En ese momento, Rogelio entró en la habitación.


—Amor, debes de ver esto...


No podía creer lo que veía. Rogelio, normalmente tímido e inseguro, tenía una erección enorme, palpitante, apuntando directamente hacia mi cara. Era un pedazo de carne imponente que me dejó sin aliento.



—Ese es Rogelio ? está en casa , a esta hora?í —dijo Laura, confundida e irritada con solo escuchar su voz.


—Ahh, sí, le enfermé y se tomó el día —mentí, con una sonrisa nerviosa.


—Jajá, pobre de ti —respondió Laura, con un tono que no pude descifrar—. Ah, por cierto, te iba a advertir de lo obvio, no podemos cambiar de cuerpos si hemos tenido contacto con otra persona, debido al intercambio de ADN, y ni se diga del sexo. Tal vez sea irreversible el cambio, 


El pánico me invadió. ¿Irreversible? ¿Atrapado para siempre en el cuerpo de Laura? No podía ser.


Mientras mi mente se llenaba de preguntas y futuros escenarios, Rogelio se acercó más, su erección rozando mis labios. Instintivamente, abrí la boca, invitándolo a a entrar.


La sensación fue electrizante. Su miembro duro y caliente contra mis labios, el sabor salado de su piel, la excitación que emanaba de su cuerpo... Era una tortura exquisita, una prueba de mi nueva identidad.



—Ahh, jajá —escuché la risa de Laura al otro lado del teléfono—. Bueno, la verdad es que yo no he parado de masturbarme y salir con total libertad en tu cuerpo , tener buen dinero es ser un hombre joven ha sido de lo mejor


La rabia me consumió. Ella estaba disfrutando de mi vida, de mi cuerpo, de mi libertad pero con todos los lujos y dinero que nunca había podido tener Mientras tanto, yo estaba atrapado en su jaula dorada, a merced de sus caprichos y de la lujuria de su marido.


Y mientras Laura, con su voz cargada de burla, enumeraba las conquistas y los placeres que había estado disfrutando en mi cuerpo, la rabia y la envidia se mezclaban con una excitación perversa. Ella se estaba divirtiendo, viviendo mi vida al máximo, mientras yo me debatía entre la cordura y la lujuria.


Pero entonces, sentí el pulso firme de Rogelio en mi boca, el sabor salado de su piel, la textura áspera de sus venas. Era una conexión visceral, una promesa de placer que me hacía temblar de pies a cabeza.


Mordí suavemente la punta de su miembro, sintiendo cómo se estremecía bajo mi control. La sangre afluía a mis labios, hinchándolos y haciéndolos más sensibles. La fricción constante, la presión firme, el calor húmedo... Era una tortura exquisita, una forma de autodestrucción que me atraía irresistiblemente.


—Ah, sí... sigue así —gimió Rogelio, con la voz entrecortada.


Cada gemido, cada movimiento de su cuerpo, cada señal de placer me acercaba más al abismo. Sabía que estaba jugando con fuego, que estaba poniendo en riesgo mi futuro. Pero en ese momento, la razón era un enemigo, una barrera que debía ser derribada.


Laura seguía parloteando al otro lado del teléfono, ajena a mi tormento interno. Hablaba de bares, de hombres, de orgasmos explosivos que había experimentado en mi cuerpo. Mientras mi saliva y el semen de mi marido se mezclaban en mi boca



Y yo, mientras seguía lamiendo y chupando a Rogelio, sentía que la batalla estaba perdida. Mi hombría, mi sentido común, mi resistencia... todo se desvanecía ante la fuerza arrolladora de este cuerpo





1 comentario:

  1. Wow, estoy muy sorprendido, creo que es de los mejores trabajos que an sacado!

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